15 enero 2012

Historia de la endodoncia

Un poco de historia, para saber de donde venimos y hacia donde vamos.


Historia de la Endodoncia.

Rufino Bueno Martínez*
 Coordinador del Máster en Endodoncia Universitat Internacional de Catalunya Barcelona,España 1.1. ENDODONCIA EN LA EDAD ANTIGUA: La historia de la Odontología hace evidente el papel primordial desempeñado por pastas y preparados medicamentosos a la hora de mitigar el dolor dental y desinfectar las cavidades de caries junto al tejido pulpar. Tanto es así que ya en la antigua cultura China aplicaban arsénico asociado a "Hovang-Tan" (excrementos de murciélago) en el fondo de las cavidades con el fin de "matar gusanos" que, según ellos, habitaban en el interior de los dientes. En el período comprendido entre los años 3.700 y 1.500 antes de Cristo, los egipcios usaron diversas sustancias para aliviar el dolor aplicadas dentro de las cavidades. Para ello emplearon comúnmente la pasta de comino, incienso y cebolla a partes iguales. En la Grecia clásica Hipócrates practicó la cauterización introduciendo finas agujas calientes en el interior del diente, así como aceite hirviendo o fomentos de apio y beleño. Ya en la era Cristiana, Claudio Galeno observó cómo trepanando los dientes enfermos e introduciendo posteriormente medicamentos en su interior se conseguía aliviar el dolor.
1.2. ENDODONCIA EN LA EDAD MODERNA: Teofosfato Bombarto von Hohenheim , conocido como Paracelso (1493-1541), aumentó el arsenal farmacéutico con valiosos fármacos, algunos de los cuales fueron importados poco antes de América (quinina e ipecacuana son dos ejemplos todavía vigentes; del caucho se obtiene la gutapercha). Hasta el siglo XVI los conocimientos endodónticos permanecieron estáticos, hasta que Vesalio Falopio y Eustaquio describieron la anatomía pulpar, aunque siempre referida a la "teoría del gusano" descrita por los chinos. Eustaquio lo hizo con referencia a los dientes permanentes y temporales. Ese siglo marcó el inicio de la transición que llevaría el mero empirismo a convertirse en ciencia. En este marco mencionamos a Ambrosio Paré , quien recomendaba la aplicación de aceite de clavo (contiene un alto porcentaje de eugenol) a las infecciones pulpares, a la vez que ofrecía algunas indicaciones para el diagnóstico diferencial entre pulpitis y periodontitis. En el año 1.602, Pieter van Forest (dentista de Leyden) publicó las primeras pautas sobre terapéutica de los conductos radiculares, sugiriendo que el diente tenía que ser trepanado, y llenada la cámara pulpar a continuación con Triaca
1.3. ENDODONCIA EN LA ÉPOCA CIENTIFICA: Hasta el siglo XVIII se acumularon conocimientos empíricos. La época científica se inició con Pierre Fauchard , considerado el fundador de la odontología moderna. Fauchard recomendó la introducción de mechas embebidas con aceite de clavo en el interior de los conductos, y en los casos de abscesos introducía una sonda de exploración para conseguir el drenaje de la colección purulenta. En 1728 describe esta técnica como método conservador de los “dientes enfermos y doloridos por caries” . Su terapéutica de conductos para pulpa vital consistía en la cauterización de la misma, procediendo acto seguido al relleno con plomo radicular. En 1746 describe detalles técnicos del tratamiento del “canal del diente”: penetrar el suelo de la caries con una aguja para acceder a la “cavidad dental” y llegar al posible acceso, dando salida a los “malos humores” responsables del dolor. Fauchard incluso recomendaba enhebrar las agujas, para evitar su aspiración o ingestión por el paciente. Recomendaba destemplar las agujas para hacerlas más flexibles y acceder mejor al diente. Se colocaba en el diente, abierto durante un tiempo, aceite de clavo, para al finar “emplomarlo”. Bourdet, en 1757, empleaba el oro laminado para obturar la cavidad pulpar. Edward Hudson diseñó atacadores específicos para la obturación de los conductos radiculares con oro laminado. Josiah Flagg dominaba, entre otras especialidades, la ortodoncia, que “ayuda a la naturaleza a extender en los maxilares una bella distribución del segundo juego de dientes”; la endodoncia, “las sensaciones de los dientes en la cabeza pueden eliminarse mediante un simple, seguro y fácil proceso”; la prótesis (oro fijo, etc); y la odontología conservadora (dientes encofrados y bruñidos de oro virgen, panes o plomo). Hacia 1790 construyó el primer sillón dental. Como corolario de lo expuesto hasta aquí podemos afirmar que hasta finales del siglo XVIII la terapéutica radicular se limitaba al control del dolor mediante trepanación, cauterización y aplicación de medicamentos en el interior del conducto. A principios del siglo XIX surgieron las primeras recomendaciones sobre el empleo de medicamentos específicos para la terapéutica endodóncica: Spooner recomendaba en 1.836 el arsénico para la desvitalización de la pulpa. Maynard fabricó en el mismo año el primer instrumento de endodoncia para poder ensanchar los conductos, y pretendía eliminar la infección de los mismos. En 1864, Barnum inició el empleo del dique de goma como método de aislamiento del campo operatorio. En 1.867, Bowman empleó conos de gutapercha en la obturación de conductos. Witzel, en el año 1.876, impregnaba la pulpa residual con fenol como sustancia antiséptica. Catorce años más tarde, Miller evidenció la presencia de microorganismos en el interior de los conductos y los relacionó con la patología pulpar. Fue Walkhoff en 1.891 quien inició esta fase proponiendo el empleo del paramonoclorofenol alcanforado. Dos años más tarde, Miller empleó pastas momificantes a partir de formaldehído, siendo éstas mejoradas por Gysi en 1898.
1.4. ENDODONCIA EN LOS ALBORES DEL SIGLO XX El descubrimiento de los rayos X por Röentgen en 1,895, empleados por Kells en 1.899, representó un gran avance para el campo de la endodoncia. Gracias a ellos era posible observar internamente los resultados obtenidos en la terapéutica endodóntica. Ello, que inicialmente parecía iba a suponer un importante avance para la endodoncia, resultó ser, al menos durante un tiempo, su peor enemigo. Al poder demostrar la imperfección de la mayoría de los tratamientos radiculares, William Hunter aprovechó este avance para criticar en 1910 la práctica indiscriminada de los mismos, denunciando también la poca asepsia que los acompañaba. Hunter fue el primer dentista que introdujo el concepto de infección focal, teoría que prevaleció entre los años 1910 y 1928, recibiendo el nombre de Época de la Infección Focal. Onderdonk fue en 1901 el primero en realizar controles microbiológicos en Endodoncia. Más tarde, otros autores, como La Roche, Coolige y más recientemente, Zeldow, Ingle, Frostell, Engstrom, Maísto, Kuttler, Lasala, Castagnola y Selzer han estudiado con profundidad la actividad de muchos microorganismos y la necesidad o no de hacer cultivos previos a la obturación definitiva. En 1921, Billings (EEUU) reafirmó la teoría de Hunter acerca del diente desvitalizado como foco de infección, y mencionó su implicación en algunas afecciones sistémicas. Este hecho dio lugar a que la mayor parte de la profesión odontológica practicase de forma incontrolada las extracciones dentales. Dicha actitud extraccionista no fue compartida por la escuela europea, que ideó potentes agentes antimicrobianos para contrarrestar la idea de Hunter. El hidróxido de calcio fue presentado por Herman en 1920, aunque los primeros trabajos con éxito datan de 1934 a1941. Coolidge resaltaba en 1929 las propiedades irritantes del eugenol. Rickert y Dixen en 1931 desarrollaron un cemento sellador que contenía plata precipitada por electroforesis.
1.5. LA ENDODONCIA CONTEMPORÁNEA Más tarde, al desmoronarse la teoría de la infección focal, disminuyó la importancia de los agentes antimicrobianos intracanalicurares. Estudios posteriores demostraron que una minuciosa preparación biomecánica de los conductos radiculares reducía ostensiblemente su flora microbiana12, e incluso llegaba a erradicarla. En la concepción de la endodoncia moderna tubo un importante papel la aparición de la teoría del “tubo hueco” desarrollado por Dixon y Rickert en 1931. Esta teoría demostraba que un tubo hueco estéril implantado en el tejido conectivo de animales de experimentación provocaba mayor reacción inflamatoria en sus extremos que un tubo repleto de material estéril. De esta teoría nació el concepto de “sellado apical” de los conductos radiculares. A partir de entonces se fueron buscando materiales selladores de los conductos que fueran estables, no irritantes y que se adaptasen lo más íntimamente posible a las paredes del conducto a nivel del orificio apical, para conseguir de este modo un perfecto sellado apical. La investigación continuada, basada en aspectos clínicos y de laboratorio, permitió el desarrollo de nuevos técnicas, nuevos métodos de evaluación, y selección de materiales, que supusieron un progresivo aumento del porcentaje de éxitos. Dos hitos marcan la frontera de lo que podríamos llamar la endodoncia moderna. De un lado la estandarización del instrumental endodóncico, a partir de la prpuesta realizada por Ingle y Levine en 1956. De otro, la aceptación de la endodoncia como especialidad de la odontología por parte de la Asociación Dental Americana, en el año 1963. Desde entonces, si bien se han producido notables avances técnicos y de conocimientos, las bases en que se fundamenta la ciencia de la endodoncia no han sufrido cambios significativos.

06 diciembre 2011

04 diciembre 2011

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15 octubre 2011

Cenizos

La economía no augura renuevos y el monedero familiar hace tiempo que es pasto de las polillas. No queda una perra gorda ni bajo el colchón de esas bisabuelas que nunca se fiaron de los bancos. Sin embargo, cualquier situación ofrece una lectura vital y optimista. Sin ir más lejos, desde hace meses no hay chaflán, plaza o parque en Madrid que no se llene a la hora del almuerzo con oficinistas que abren la tartera al sol o despliegan, en un castillo de reverberaciones, el papel de aluminio de un bocata, lo que da a la capital del Reino un aire jovial que recupera la costumbre de sentarse a la fresca. El pesimismo no es un rasgo de carácter sino una rendición ante la vida, la comodidad con la que se justifican quienes no están dispuestos a ofrecer sus talentos a favor del bien común. ¿Para qué esforzarse en contagiar entusiasmo si –más temprano que tarde– todos seremos pasto de los gusanos? Conocí un hombre al que llamaban “Me quiero morir”. Gastaba traje gris y arrastraba los pies como si estuviese trabado al suelo con grilletes. Si te atrevías a festejarle la belleza de una mañana soleada, rápidamente anunciaba una borrasca para el día siguiente. Y, claro, manejaba toda la baraja de los dolores físicos, goteras que acompañaba con unos párpados taciturnos, del tono desvaído de sus chaquetas. Si nunca existió nada completamente a su gusto tampoco echó jamás una carcajada desinhibida. Porque los cenizos son estridentes, sobre todo, cuando ríen. El pesimista colecciona con angustia los años de ausencia que van pasando desde la muerte de sus seres queridos, persuadido de que el aire que respira pertenece más al mundo de los panteones que al devenir de quienes seguimos fresquitos y coleando. Si te compras un coche, te advierten que te arruinarás al llenar el depósito; si decides tomarte unos días de vacaciones, tachan la irresponsabilidad con la que defiendes los intereses de tu familia. No quieren la compañía de una mascota porque, argumentan, “el día que estira la pata lo pasas fatal”. Con razones parecidas desprecian la amistad, pues en los otros entrevén al gorrón que terminará por complicarles la vida. Por eso nunca se alegran de los triunfos ajenos, de los que siempre sospechan antes de echar sobre la espalda de los demás los motivos por los que nunca lograron brillar. Aunque la economía languidezca en su camino hacia el abismo, por favor, no permitamos que ese ceniciento que nos acecha se adueñe de nuestro destino.